martes, 29 de abril de 2014

De 100 promesas me rompiste hasta mí.


Empezando por la de amanecer juntos, aunque no fuese despertar, sino trasnochar, por culpa del insomnio que me provocaban tus labios. Llámalo ganas de llenarnos, más que se llena la luna, y de brillar, más que brillan las estrellas, de besarnos hasta que el sol nos cubra de luz y ya no solo sean ganas las que nos amanten. Con las bocas sabor a alcohol y miradas felinas, de gatos en celo, pero sobretodo los míos, sobretodo los de Barcelona al ver que brillabas más que ella un veinticinco de diciembre.

Los desayunos sin diamantes, sin ropa, pero con ganas, las nuestras, las de querernos contra la pared o agarrados a las sábanas, las de morderte el culo al verte revolcar por la cama. De calentarnos con las piernas, de ponernos la piel de gallina con caricias, de tocar el cielo sin salir de la cama y de rompernos un poco a cada silencio que nos quedamos mirándonos, contando segundos que se hacen eternos entre besos y latidos.

De hacer tostadas y café, de besarnos hasta que se nos quede frío, de tirarnos en la cama y caer por el lado de la mantequilla, pringándonos, como siempre, comerte a lametazos la mermelada de fresa, de tu boca o de tus labios. De tirar los cubiertos y comernos con las manos.
Las de querer comernos el mundo empezando por nosotros y quedarnos con hambre. De hacer la cama pensando en deshacerla una y otra vez, contigo encima y el mundo lejos.

Me rompiste hasta las duchas de agua fría, pero más calientes que el roce cerilla-caja, con más llama que el clipper, con más pasión que besos de reencuentro en películas americanas, sí, las de amor barato, del falso, el del todo irá bien pase lo que pase. Del que no sirve ni para limpiarse los mocos.

Lo de hacer descenso por tu espalda, recorriendo a besos tu columna, de saltarte los vellos y ponértelos de punta, de acabar mordiéndote el culo y acariciando tus piernas, de notar cada vez más el calor, de tu corazón hasta tus muslos, abiertos al encaje de mi cabeza, de hacerte llorar, pero sin lagrimas.

De quedarnos con hambre y comernos nuestros problemas, de tener a alguien con quien contar, y que no sean números, sino hechos y momentos, un pecho en el que soñar, o unos labios en los que dejar saladas lagrimas. De poder con todo, o que me puedas del todo.

Que acabases siendo mi talón de aquiles, mi punto débil, la sonrisa que me crea dependencia, o la cintura que encaja en mis manos. De cerrar la puerta de mi corazón con llave y pestillo, y dejar que la guardes tú. De volar sin alas en tu cama, o de estrellarnos juntos. De dejarme disparar si eres tú quien me apunta al pecho, y de que sean mil los clavos que me dejes clavados.


Y después de haberme roto a mí, me rompiste los esquemas y todas y cada una de las promesas. Me pisaste fuerte y me dejaste la suela de tus zapatos marcada en el corazón. Los pedazos quedaron hechos ceniza, y la ceniza hecha polvo, no quedó nada, quizás un poco de café para uno y desconfianza para veinte.

Ahora ando pisando corazones con los pies desnudos, pisando flojito y con delicadeza, como cuando tocas la arena de la playa con pies descalzos y aprietas los dedos para que se te meta la arena entre los dedos. He aprendido a besar heridas y a tapar agujeros que en su día dejaron clavos mal clavados, pero todavía no he aprendido a clavarme sin que me la claven.

No sé, quizás la vida no sería vida sin dolor, sin que doliese no seríamos nada, y sin ti vida, duele más, así que supongo que gracias por hacerme ver que estoy vivo. Aunque para la próxima podrías doler de pellizco a ver si despierto en vez de pisada en el pecho a ver si me hundo.

domingo, 20 de abril de 2014

Por ti

voy hasta la boya y vuelvo las veces que 

haga falta.

Con tu pecho, latiéndome
al oído el reto de formar
un puzzle de no sé cuántas piezas o más,
con tus manos vacías
y toda esta piel por rozar.
No quiero amor descalzo
pisando un corazón-moqueta.
No quiero amor esquina sin vuelta,
sin nada por esperar.
Con tu boca, cansada de morder
otros labios buscando mis grietas,
con tus curvas matando a gente
que no sabe conducir su lengua.
No quiero amor con dolor
de besos hasta fin de existencias.
No quiero amor ceniza
de cigarro incandescente después de follar.
Antes de disiparme morirán en el intento tus dudas,
los recuerdos cosidos a las pestañas.
Tengo abrazos con tu nombre,
y besos de peso,
contra la hipertensión
de lágrimas devenidas de mayo
provocando inundación.
Te estoy soplando al oído
un te quiero a mares,
un nunca has dejado de ser bote salvamivida,
no son palabras de viento,
te juro que he visto a un huracán llorando
con nombre de perro.
Me he metido en un mar de deudas a nadarte,
por si no te has dado cuenta

y todavía tenemos destiempo en la nevera.

martes, 8 de abril de 2014

Necesito escribirte.

Y hacerte el amor delante de todo el mundo,
delante de siete mil millones de personas,
que cada una de ellas sepa que muero por tus labios
como Romeo moría por Julieta y Calisto murió por Melibea.

Quiero rasgarte la piel con suspiros,
dejártela de gallina, que esté tan erizada que me pueda quedar clavado
siete vidas en ella.

Quiero que seas gata de mis noches,
que me pongas los ojitos felinos y que me arañes las buenas noches,
que me lamas las heridas y me maúlles los te quiero todas las madrugadas,
no estarás en mi ventana, pero tienes la puerta abierta.

Que los besos con sal saben mejor si salen de tus ojos,
los de no te vayas joder,
los de qué voy a hacer ahora sin ti.

Que contigo dejaron de haber malas noches,
y buenas,
dejaron de haber noches porque contigo desaparecían
las horas que te pasabas encima mío,
o las que me llamabas por teléfono,
ladrona, ¿dónde están?
Eres tan efímera que me quitas el tiempo
y nadie es capaz de devolvérmelo,
tan solo tú de parármelo, y el corazón,
el corazón también me lo llevas a destiempo.

Sigo buscando mis ganas, las de sonreír,
las de seguir,
y cada vez que busco las encuentro todas,
pero las tienes tú,
y no sé cómo arrancártelas
si no es a besos, 
o a versos.

Que te sigo queriendo en la distancia,
en la de mi piel levitando sobre la tuya,
en la del roce que me das, cariño.

Sigo queriendo que te corras conmigo,
y correr muy lejos,
y como decía Andrea
"no sé si salir corriendo
o quedarme a correrme"
así que nos vamos a ir lejos, corriendo
y nos vamos a correr cerca,
hasta que la poesía vomite tu nombre
y yo deje de tacharlo de folios sucios.

Ven,
estás a tiempo de salvarme los besos,
que se me caen de los ojos y nadie los recoge,
ven, 
que ahora nadie me besa las lagrimas
y sigo esperando que los besos con sal
sean de felicidad,
y no de "que vengas corriendo que me corro
y no es contigo"